Desde Las Ñameritas hasta la sombra de la Cruz de San Antonio la mula de Juan el de Aparicio -natural de Cueva Grande, pero avecindado en el término de Tejeda- iba al trote, a sabiendas que le quedaba aún camino para abordar la pendiente pegada al Salto del Perro. Y, desde allí, la bajadita hasta Barranquillo de Andrés, con sus casitas entejadas y sus huertas de frutales. Juan trajinaba mercancías desde la Cumbre a la Costa: a la ida, quesos y dulces de almendra; a la vuelta, pescado jareado. En eso anduvo hasta mucho después de lo de la Guerra, de tal manera que fue testigo de la construcción de las presas.
Yo tuve la suerte de hacer con Juan y su animal parte de aquel recorrido a principios de los años 80, en un remedo de aquellos viajes en los que nuestro amigo hacía memoria siguiendo las venas del barranco, un corredor natural de culturas rurales cuando las carreteras eran rayas de tierra. Hasta él me había mandado Lothar Siemens para grabar su canto de arriero; y es que Juan cantaba con un sentimiento que amansaba a las bestias. En el atardecer de aquella pesquisa, cuando se divisó el Barranco de Arguineguín y su voz se elevó entre aquellas oquedades como un grito eterno, el barranco nos enseñó su inmensidad pétrea.
El Shangri-La de la Gran Canaria se encuentra allí, en aquellas venas abiertas de su geografía, la que va desde el Barranco de Fataga hasta la cuenca de La Aldea. A muchos de los nacidos en la isla redonda sólo les basta saber, aunque sólo lo visiten ocasionalmente, que buena parte de aquel virginal manto de pinares y monte es un refugio en la ensoñación de una isla que un día fue un todo de verdor y espesura.
Pero volvamos al presente. Oswaldo Guerra es un respetado intelectual grancanario, con no pocas aportaciones al conocimiento y estudio de la literatura isleña. Desgraciadamente -aunque esto es una opinión personal- no puedo decir lo mismo de su paso por la Dirección General de Cultura durante la primera legislatura de Antonio Morales como Presidente del Cabildo grancanario. Subrayo estos dos hechos porque para mí ninguna de esas dos circunstancias lo habilita o descalifica para ejercer su libre derecho a expresar públicamente su opinión sobre el megaproyecto de Chira-Soria. Esa es una práctica que podemos y debemos ejercer todos, cuando lo entendamos necesario para nuestra salud como sociedad democrática, más allá de nuestros deberes y haberes.
Por eso me extraña sobremanera, salvo que Guerra escriba al dictado de alguien o desconozca los pormenores del relato, algunas de las aseveraciones que – a mi juicio, de forma poco respetuosa – vierte en un artículo publicado hace unos días en este mismo medio. Se refieren en concreto a las intenciones y el carácter del discurso de las personas que formamos parte de la plataforma ciudadana que se ha creado para ofrecer a la ciudadanía de Gran Canaria una lectura muy distinta a la de la maquinaria publicitaria que el Cabildo grancanario ha puesto en marcha en estos últimos meses. Una maquinaria costeada generosamente desde las arcas públicas y uno de cuyos fines es el de vender las presuntas bondades del proyecto de la Central hidroeléctrica a construir en el Barranco de Arguineguín.
Nos acusa el articulista, o lo hace con parte de aquellos que tienen serias dudas acerca de ese proyecto – y cito textualmente-, de “ver solo y exclusivamente el lado negativo, sobre todo sin haber leído una sola palabra del proyecto”. Hay algo que Antonio Morales repite como un mantra en cada una de sus apariciones públicas cuando se le pregunta por la oposición ciudadana al proyecto de la Central hidroeléctrica de Chira-Soria: a su juicio, el proyecto ha sido suficientemente informado a la opinión pública. Y no es toda la verdad; no en los detalles que interesan para evaluar el tremendo impacto ecológico que producirá su proyecto en aquel privilegiado paisaje en caso de llevarse a cabo; tampoco qué estudios científicos, concretos e imparciales, sustentan el supuesto ahorro energético y los beneficios contra el cambio climático de su megaproyecto porque, a día de hoy, no se conocen.
En primer lugar, lo que hemos sabido del proyecto desde la Plataforma lo hemos tenido que ir averiguando a cuentagotas porque el Cabildo se ha negado a informarnos de los pormenores del mismo a pesar de que se le ha solicitado oficialmente. Decimos pormenores porque una obra de ingeniería civil de estas dimensiones obliga a unas sinergias en infraestructuras que van más allá de las referidas a la intervención constructiva en el entorno de las presas (carreteras, edificios industriales, desaladora, grandes vías de tuberías, etc.).
Incluiremos aquí un detalle que no es banal: la opacidad que rodea a los estudios y encargos técnicos sobre la idoneidad en seguridad de esas antiguas infraestructuras por parte del Consejo Insular de Aguas, organismo dependiente del Cabildo bajo el cual está el mantenimiento de las mismas; es un asunto finamente estudiado y denunciado públicamente por Jaime González, miembro de nuestra Plataforma. Sí conocemos a día de hoy datos muy relevantes del proyecto general publicados por Red Eléctrica Española, la multinacional que ejerce de pata privada en la operación.
Para no entrar en detalles técnicos que cansarían a los respetables lectores, el proyecto recoge el levantamiento y construcción de más de una treintena de torres de alta tensión desde la ubicación de las presas hasta la costa de Arguineguín; algunas de ellas tendrían la altura de un edificio de 26 plantas. También ese documento especifica el horadamiento de una caverna en un margen del barranco a la que en el propio proyecto se le titula como “La catedral”; esto es porque dentro de ella cabría la Catedral de Las Palmas. Por no hablar de la intervención sobre cinco espacios de primer orden medioambiental protegidos por la Red Natura 2000 y contenidos en el ámbito de protección de la Reserva de la Biosfera…
Y así un suma y sigue que el profesor Guerra, mientras nos entretiene con una prosa poética envidiable, cataloga como “histrionismo y catastrofismo” por parte de los que nos oponemos al que consideramos que sería uno de los mayores atentados ecológicos producidos en una isla machacada históricamente por inadecuadas decisiones políticas en materia medioambiental.
Pero hablemos de lo importante: ¿Cuáles podrían ser las alternativas, desde el campo de la ciencia, al proyecto de la Central que, a día de hoy, se nos vende desde la institución pública más representativa de la isla como la única alternativa para asegurar la eficiencia energética de Gran Canaria en los próximos decenios? Las alternativas a este ecocidio no solo existen, sino que ya están siendo desplegadas. Las instalaciones renovables ya no necesitan Chira-Soria, sino que tienen capacidad de incorporar sus propias capacidades de regulación.
De hecho, el Gobierno de Canarias ya promueve y favorece el almacenamiento distribuido a través del programa Solcan. También la contribución del vehículo eléctrico supone el despliegue masivo de una capacidad de almacenamiento que multiplica varias veces la de ese proyecto. Por no hablar de la digitalización y gestión inteligente del sistema insular, la incorporación de las energías marinas y geotérmicas o las soluciones que el hidrógeno comienza a plantear ya en el campo de las energías limpias.
Se ha publicado recientemente la implantación en el Puerto de la Luz de un parque empresarial industrial que abordará en breve la construcción de sistemas de producción energética vinculados a los parques eólicos marinos. En la misma rada del Puerto este rotativo anunciaba días atrás el atraque de un prototipo con el que un consorcio europeo prueba en las aguas de nuestra isla una planta solar marina flotante. Además, especialmente por parte del Cabildo, habría mucho más que hacer en Gran Canaria en cuanto a la implantación de placas solares en todo el parque de edificios públicos existentes en la Isla.
Dicho esto ¿Porqué tenemos miedo a un debate civilizado en el que lo que se persiga sea nuestra real autonomía energética? No pocos expertos coinciden en que Chira-Soria representa el continuismo del viejo modelo centralizado, que queda siempre en manos de las multinacionales. Es la hora de aprovechar el cambio tecnológico para recuperar nuestra soberanía energética, pero con otro modelo más limpio, más barato para el contribuyente y más justo.
La venta de lo que el Presidente del Cabildo considera como su proyecto-estrella conlleva, además, un discurso que agrada lógicamente a nuestro frágil sector agrario y a nuestra depauperada laboralidad: sostiene que el agua desalada se dispondrá para los agricultores de la Cumbre y para apagar los previsibles incendios (nosotros defendemos que el agua de la Cumbre se quede para la Cumbre y que el agua de la Costa se quede en la Costa); o más trabajo (¿Cuánto para los grancanarios? ¿De qué tipo? ¿Qué empresas locales accionarían en él?) ¿Porqué este argumentario se repite en las tribunas políticas isleñas desde hace decenios, en una constante de imaginación plana, cuando se pretende justificar el sacrificio de nuestro frágil territorio?
Por eso causa risa -que no asombro- los intentos de desprestigiar a un movimiento ciudadano que, sin ayudas de ningún tipo y contando sólo con la buena voluntad y los magros recursos de cada uno de sus miembros, ya ha ganado una batalla inimaginable hace unos meses: colocar en la calle el debate sobre la oportunidad de este megaproyecto. Un debate que pretendíamos inicialmente con la participación de científicos de prestigio internacional y que – hay que volver a recordar para quien tenga oídos neutrales- se le planteó con toda corrección hace año y medio al Presidente del Cabildo como absolutamente necesario.
Un debate que se preocupó por la evidente obsolescencia de un proyecto pensado desde hace más de una década y que fue cuestionado en aquella interpelación pública por gentes de una honestidad y un servicio a Gran Canaria más que probado: hablo de Antonio González Viéitez, de Faustino García Márquez, de Rafael Inglott y un largo etcétera de hasta 70 respetables ciudadanos y ciudadanas preocupados por la importancia del asunto para nuestra isla natal. Morales rechazó entonces, con cajas destempladas, ese debate.
El Presidente del Cabildo grancanario ha conseguido algo que ningún político ha logrado desde la aparición de las luchas medioambientales en Canarias con el tema que nos ocupa: ha dividido al movimiento ecologista, tan renuente históricamente a contemporizar con los poderes públicos. Por encima de todo ello persiste nuestro respeto a posiciones contrarias a nuestros razonamientos; pero que no se juegue, ante quienes argumentamos diferente, al descrédito social desde las instituciones y los aparatos de los partidos políticos y a las campañas que buscan lo que se ha dado en llamar “la cultura de la cancelación”, una especie de muerte civil que emplea el Poder con los disconformes.
Mientras, propongo al profesor Guerra que dejemos a galgos y podencos entre las páginas de la fábula cortesana de nuestro Iriarte y convoquemos al espíritu cantor de Juan el de Aparicio, el humilde arriero que cantaba en las noches de luna nueva atravesando el barranco con su mansa mula. Quizás él nos pueda dar algunas respuestas sobre el valor de aquella memoria y de aquel paisaje.
Publicado en Canarias7 el sábado, 30 de Enero de 2021. Fotografía: Construcción de la presa de Soria (anónima)